
Montevideo, 2004.
Cuando era pequeño me hicieron creer que la aventura de los reyes magos duraba solo un día. De grande comprendí que eso era mentira ya que no me daban los números ni siquiera tomando en cuenta los husos horarios. ¿Cómo hacían los 3 fenómenos estos para estar en China y en América del Sur? Solo me quedo descubrir la triste realidad.
China no cree en los Reyes.
Tiempo después, ya tenía unos siete años de edad. Me sucedió lo que tarde o temprano le sucede a todos los niños del mundo. Me desilusioné. Claro, yo había crecido con la imagen de los reyes como unos tipos piola, que llegaban y te dejaban unos regalos en los championes (¡Minga! les iba a dejar los zapatos, mirá si llovía durante la noche), y que lo único que pedían por soportar el olor a pata (siempre eran los championes que uno más quería, por tanto los mismos que te acompañaban todo el día y terminaban en cada partido de fútbol de la escuela, de la esquina con amigos y de repente en el pasillo del edificio en donde vivíamos), era un poco de pasto y agua (para los camellos), ¡¡¡ojo!!! ¡¡¡LOS CAMELLOS!!! Seguro que los señores no tomaban agua o se armaban vaya a saber qué con el pastito que uno cortaba amablemente pensando en los pobres animalitos cargados de bolsas de regalos, con espadas láser, muñecas, pelotas de todos los tipos de deportes, computadoras, bicicletas, BICICLEEEETAAASSS!! ¿A quién alguna vez no le trajeron una bicicleta los reyes? Era el clásico regalo del 6 de enero, parecía que uno era tan nabo que pedía siempre la bicicleta, pero bueno, ya pasó.
La cuestión es que, estos sujetos y ni hablar de los camellos que bajaban la cabeza a nivel del piso para tomar el agua y comer el pasto, seguían soportando año a año el olor a pata de cada par de championes. Recuerdo el año en que decidí experimentar para saber cómo ellos evaluaban lo que era portarse bien. Yo suponía que una forma de saber si uno cometía muchas travesuras era si tenía demasiado aroma en el calzado que dejaba. Entonces, a raíz de esto, el Rey que correspondía (o en la clase alta los 3 Reyes), dejaba los regalos que se adaptan a las necesidades del sujeto en cuestión, «Yo». Para esto, conté con la complicidad de mi abuelo (un viejo piola y delirante) y durante la noche, luego de que todos se acostaran, él llegaría como todas las madrugadas, (trabajaba en un restaurant) y cambiaría los championes viejos y sudados por los nuevos que me había regalado «Papá Noel».
A la mañana siguiente descubrí la triste realidad, aquello que no podía saber, lo más negro, nefasto y doloroso, el secreto más oscuro que mi familia pudo haber guardado durante años. Todo porque los championes nunca fueron cambiados.
El viejo delirante, estaba desempleado.